
Ay dioooo. ¿Cómo te lo explico otra vez?
Mamita de mi corazón: te amo con la vida que me diste. Pero no te puedo abrazar.

Yo sé, Mami. A mí también me da pena, pero es que… La culpa es tuya: me acostumbraste a ese ritual de las bendiciones que me echas cada vez que salgo, aunque sea al supermercado. Entre los santos, los muertos y la compra, muchacha, milagro que la guagua arranque.
Mama. Óyeme. Mami. Ma.
Antonia: ¡es cú cha me!
Por lo menos estamos juntos, aquí, echando chistes y resoplando por la calol que nos tiene sancochaos. Podemos mirarnos, hacernos chistes, ponernos sobrenombres y ofrecernos ese amor gigante que nos junta y nos sostiene. Piensa que hoy habrá muchos que se pondrán en fila india para saludar de lejos a la viejita que, en su silla de ruedas, olorosísima a talco, lavanda y ropero, renunciará por fuerza mayor al apapacho, al besuqueo, al cariño desbordado. Y, en caso que le dejaran algún regalo amorosamente envuelto, habrá que pasarlo por el ritual criollo de desinfección, oraciones y velas antes que la pobrecita pueda tocarlo.
Mucho peor será para quienes han tenido que enterrar a sus mamitas sin siquiera despedirlas. Que las dejaron de ver con la promesa de un regreso que jamás ocurrió. Porque ese virus extraño se las llevó en claro, sin compasión alguna, con una fiebre de horror, una tos seca extraña, un desate de síntomas que terminaron por secarles los pulmones, dejándolos como esponjas viejas. En muchas casas alrededor del mundo, alguien encenderá una vela en honor de la Mater Fidelis, la doña de la casa, la jefa, la que reparte el bacalao… Y eso duele, Mama. Duele porque es injusto perder a gente que uno ama así, a la soltá, aguantando la lagrimita que, por más que lo intentas, se lanza dementa, en plan suicida, porque su dolor es insoportable.
Mira. Vamos a hacer algo: trepa las patas. Es en serio, Antonia.
Deja el relajo, mija. Dale, flojita y cooperando. Vamos. Dale, que tú puedes. Fiorella, salte–hoy no es el día de las gatas. ¡Daleeeeeeeee! Bendito sea Crijjjto, ¡qué tremenda tú eres, coño!
Okey, ya. Vamos. Estáte quieta, carajo.
Esas medias huelen a Suavitel, jajaja. No es el mejor abrazo, pero peor es na’.
Y si puedes tocarte la cara con los pies, es que te llevo a la televisión, no jodas.
[Suspiro profundo.]
Te amo, Mama. Gracias por todo lo que eres, por todo lo que me das y por todo lo que me jodiste, antes y ahora, pa hacerme un tipo más o menos decente. De lo mal hablao no puedes decirme un carajo porque, entre tu madre y tú, ganaron la carrera y se llevaron todas las medallas.
Ya. Dale. Hay que seguir. No, no, no te pongas a llorar. Vamos. Hay que pensar que sí, que esto no es pa siempre. Ya. Tú verás que, cuando esto se acabe, es que te voy a apapachar y a besuquear y a apretujar como no tienes idea. Créelo que pasará.
(¿Pasará?)
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Palabras que dibujan los sentimientos de miles. Gracias Jorge por tan lindo Texto.
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Me alegra que lo hayas disfrutado. ¡Salud, alegría y buena fortuna!
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Síííí… volverás a abrazar a tu mamita querida.
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