
“¡Cuídate de los idus de marzo!”
William Shakesperare, Julio César (1599)
Hablemos de Historia: durante los tiempos fabulosos del imperio, los romanos conmemoraban el decimoquinto día del mes Martius con festejos varios para celebrar un nuevo año–coincidiendo con la primavera. Entonces, en el año 44 antes de Cristo, las celebraciones tomaron un nuevo giro: resulta que el emperador Julio César había sido advertido previamente por sus consejeros de que sobre él flotaba un presagio ominoso. Sin embargo, Yuyo –como le decían sus panas– se paseaba abiertamente por las galerías de su palacio con su jirafa mascota, roncando de macho valiente y dictador assoluto.
Como le pasa a cada imbécil poderoso, la venganza siempre lo coge por detrás con los calzones a medio pocillo, y a Yuyito El Bello le llegó la hora. En pleno festejo primaveral y, ante la amenaza de una democracia desmadrada, Marco Junio Bruto le asestó al poderoso emperador la famosa puñalá trapera que terminó con su vida. Yuyo fue asesinado porque, aunque le perdonó la vida a muchos de sus traidores, todos sabían que había jodido la República.
Notas Locales: Hace exactamente un año, en pleno idus de marzo, la emperatriz Guanda Primera nos espetó a quemarropa el cierre total del país, a causa de la pandemia del SARS-Cov-19. A pesar de que el Trompeto Esloquillao que presidía los Estados Unidos insistía en que ese virusito era como un catarrito chiquitito que se iría volando como los pajaritos, Guandalicious se amarró bien el Depend –nooooo, no te me pongas changui, que estabas caqui y lo sabes. Eeeentonnceees,Titi Guandi constituyó su famoso Tassssforsss médico, su propio grupo de senadores clínicos que la asesorarían en todas las decisiones del estado frente a la ya pandemia full blast que, al parecer, pudo haber entrado a Pe Erre por dos flancos: aquel famoso Festival Nacional de la Salsa con el doctor panameño, y el crucero Costa Luminosa, que trajo a los turistas italianos…
(A estas alturas, todavía no entiendo cómo y por qué los dejaron desembarcar e, incluso que aquella brillantísima directora de Turismo subió hasta donde el capitán del crucero… ¡a entregarle una fóquin placa! ¿Por quéeeee? ¿Lo hicieron copiloto del Tío Nobel?)
Eeeen fin. Ya, no había vuelta atrás: todo estaría cerrado, tapiado, clausurado, a piedra y lodo, con cadena y canda’o, absolutamente tranca’o. O sea, era eso o morir, no como el pobre Yuyo el Romano apuñala’o por la espalda–en realidad, todo apunta a que el espetamiento mortal fue por la nuca. Ahora, nos mataría un enemigo invisible que llegó a Puertorro, a pesar de que la China estaba bien lejos de Italia… (¿Recuerdan la brillantez intelectual de la egregia epidemióloga que no lo era?) En otras palabras, nos chupó la bruja de la pandemia.

Quedamos encerrados. Patitiesos. Mirándonos de lejos. Destajándonos por el papel de inodoro, los pañitos desinfectantes, el Lysol y el cloro… Con la perse en el supermercado: los guantes, ¡las mascarillas! –a tres por cinco pesos, porque no era como ahora, que las estibas de Costco llegan hasta el techo…
El Mundo En Un Minuto: La Organización Mundial de la Salud preparó un tremendo recurso informativo, a modo de línea de tiempo, que documenta la evolución de la pandemia, dividido por regiones. Los esfuerzos masivos de vacunación se notan más ahora con la intervención activa de los Estados Unidos en el proceso, luego que El Anormal Anaranjado saliera del panorama. En el ámbito local, pueeees sí, eso, que tenemos las estadísticas de casos convalecientes reportados hasta junio o julio del año pasado y, esteeeee, los números cuadran y se descuadran… Averigua tú a ver qué encuentras.
La Encuesta del Día: Su Alteza ya no está en el panorama pero, por supuesto, le hicieron un reportaje en el que contó todo lo que hizo para manejar la situación. Tú lo ves y después me cuentas porque este que te escribe no la aguanta por más de diez segundos. Admito que tengo que darle crédito porque la cosa no estaba fácil, pero no se me olvida que, en medio de todo el bululú de la pandemia, La Doñi Dorada se agenció una campaña política en la que se proclamó como La Jefa… Tú mírala y brega con eso.
La Opinión de Mismo: Obviamente, como toooodo el mundo, me asusté. Pero no te miento: jamás desinfecté una compra. Nunca. Cuando me suscribí a las cajas de productos agrícolas, por supuesto que todo eso lo fregaba bien, porque me lo iba a comer, pero ese ritual de vestirse como un astronauta y auto-fumigarse… Naaada que ver. Una sola vez me puse un “féis shil” y no lo soporté más de tres minutos. Use mascarillas de tela porque las quirúrgicas no se conseguían y mandé a pedirlas en tela con triple forro –muy buenas que me salieron. Eso sí: por mi santa madrecita te juro que mis manos están seis tonos más jinchas que el resto de mi cuerpo. Si las miro bien, creo que puedo verme la sangre mientras corre, esloquillá.
Solamente una vez pensé –por tres nanosegundos– que podía haberme contagiado con el Covid. Me hicieron la prueba del pinchazo y na’ que ver, era puro pánico lo que tenía con tanta vaina, asusta’o por la posibilidad de contagiar a Mama o a mi hermano–¡ellos dependían de mí! Y encima, tenía responsabilidades impostergables en el trabajo… O sea, se me olvidaba hasta mi nombre, en serio: fueron muchas, muchísimas las veces en las que se me fue la memoria de la absoluta mescolanza de tantas cosas todas juntas a la vez exprimiéndome el cerebro… De verdad, eso fue lo más terrible.
Lo peor vino luego que se levantó el encierro y me reencontré con una realidad que no me cayó nada bien. Me convertí en policía del pueblo, regañando a la gente que no respetaba los circulitos en el piso, encabronao todo el tiempo por la pejiguera del supermercado que, aún un año después, sigue tratando esto como el catarrito suavecito del que hablaba El Loco Donald. A doce días del regreso a la normalidad artificial, sentí una terrible puñalada que me atravesó la nuca, tal como le pasó a Yuyo. Fue terrible, mucho peor de lo que pensaba porque no entendía, me daba contra las paredes, lloraba y me preguntaba qué, por qué, para qué… Hasta que entendí y actué conforme a las circunstancias: me lancé al vacío, sin paracaídas ni plan de aterrizaje, con la fe en alto y con la certeza de la buena fortuna que me acompaña, porque creé esta causa para aprender y atreverme, por fin.
Porque sí. Porque ya. Porque esa es la que hay. Fin del comunicado.
Vital Para Mí: Un año después, sigo aquí, con cajas de mascarillas quirúrgicas (porque es lo más fácil). Es cierto que todavía me sube la presión la indiferencia de la muchachería que, con la cara pelá, te mira como dinosaurio cuando empiezas a predicar el sermón de la distancia porque, en el supermercado, ya la gente quiere juntar sus bandejas de bisté con tus cajitas de leche de almendra, como si na’, como si esto ya se hubiera desvanecido. Te confieso que me encanta andar enmascara’o mientras guío porque le digo DE TODO a la gente: hasta me he inventado malas palabras nuevas y maldiciones exquisitas–para la época de elecciones, uf, me puse las botas y el sombrero. Me rejoden los “escútels” que nacieron, crecieron, florecieron y parieron sobre las aceras vacías. Me recontrajode la gente que se sale del circulito en la fila –a veces quiero preguntarles si nunca tuvieron un fóquin libro de pintar.
Sí, tengo rabia. Me jodí estudiando siete años y no me pude graduar, coño. Pero más rabia me da saber que hay gente mala en este mundo que te sonríe y te saluda y te dice cosas lindas mientras te espeta las veinte puñalás del idus maldito y después se quedan mirando pa’l lao. Pero eso se disuelve en el humo del incienso mientras me escucho el alma, en el silencio. En este año, quise defender la democracia del ser humano sensible, colaborador y justo, como pretendieron hacer los senadores romanos del año de las guácaras. Al final te digo: nadie es ayudable y la salvación es individual, así que, sin abandonar mis querencias ni renunciar a mis principios, me cuido yo, porque soy la persona más importante de esta trama. Te sonará como a que me estoy metiendo un poco más de “la medicinal”, pero hasta doy gracias por esto, sobre todo, porque –en medio de toda esta pelotera sin sentido– aprendí a dormir abrazándome, porque me tengo, y no hay puñal que me atraviese la conciencia tranquilita de saber que, aunque sigo metiendo la pata, todavía soy de los buenos.
Extraño el silencio de aquella noche del 15 de marzo, la primera de una “nueva normalidad” que no llegó y jamás vendrá. Por si no te habías enterado, el “mundo mundial” que conocimos hasta hace un año ya cayó frente a la estatua de Prometeo, desangrado. Lo mataron como a Julio César: con una puñalá trapera.
Esa es otra historia.
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