(Poema de la vida real)
Cuéntoles que le doy clase a una pareja ideal.
Un Muchacho y una Nena, los dos de la misma edad.
La Nena goza en la clase; al Muchacho le da igual.
Mientras ella toma notas, él se dedica a siestear.
Los miro sin decir nada –prefiero ver y callar
pues, más temprano que tarde, algo sé que pasará.
Acercóse un día feriado y, para nada atrasar,
les asigné una tarea muy fácil de completar.
Insistí: “no cojan lucha; no tienen que madrugar:
hasta las seis de la tarde vence el plazo de entregar”.
Se fueron todos contentos, incluyendo al lindo par
de novios enamorados, con rostro de irse a janguear.
Llególe a todos la entrega y me dispuse a esperar
que de uno en fondo llegaran los trabajos a enviar.
La Nena fue muy cumplida: no se hizo de rogar.
Envió su documento tres horas previo al final.
Por ahí pa’bajo siguieron entregando los demás
incluyendo a ese Muchacho –me sorprendió lo puntual.
Dispúseme a corregirlos uno por uno sin más
expectativas no tuve de que fuera algo genial.
Califiqué el de La Nena; no estuvo del todo mal–
salvo tres faltas menores, pasó sin dificultad.
Siete tareas más tarde, me habría de tropezar
con el mismo documento, aunque no todo era igual.
Surgióme empero la duda y tuve que repasar
lo que había calificado, por si hube de fallar.
Nada que ver: entre ellos hubo trambo de verdad
y, al descubrirlo, confieso: una santa encabroná
se me apoderó del cuerpo, no la pude controlar.
“Ya veremos”, sé que dije cuando me pude calmar.
Transcurriéronse dos días antes de al fin enfrentar
a la pareja de marras con su hazaña singular.
La sesión de clase estuvo entretenida, normal
y, faltando diez minutos, me dispuse a terminar.
Devolví los documentos, haciendo la salvedad
que eran muy buenas noticias para el grupo en general.
Entrégole el documento a La Nena y, sin parar,
seguí pasando papeles para pronto terminar.
La Nena volteaba hojas adelante y hacia atrás
sin encontrar ni una marca ni la puntuación final.
Poco después, al Muchacho, le tocó la suerte igual
y recibió un documento todo limpio, sin marcar.
Habláronse por lo bajo; me hice el loco sin dudar
y recogí mis tereques para irme a otro lugar.
Entonces vino el Muchacho, poco a poco, a preguntar
por qué los dos no tenían ni una marca ni un total
si ellos habían entregado lo justo sin demorar.
Suspiré profundamente y tuve a bien contestar:
“Alégrome que pregunte, porque algo hay que aclarar;
es que me surgió una duda y les quiero consultar.
Como el trabajo de ambos me parece similar,
me gustaría plantearles una manera eficaz
de remediar el asunto sin que les vaya tan mal.
¿Les parece si divido los puntos por la mitad?”
Sacudióseme la entraña mientras me escuchaba hablar:
“Cuarenta y seis son los puntos que tuvieron en total—
entre dos, son veintitrés, y aquí no hay nada que hablar
si con este buen arreglo quedamos todos en paz”.
El Muchacho no decía ni jí, ni pío, ni na’
y ni él ni el que les cuenta sospecharon lo demás.
Saltáronsele los ojos a La Nena, quien, sin más,
saltó sobre los pupitres como cangura empepá.
De pronto un viento furioso –ráfaga de huracán–
me despeinó la pollina y no pude reaccionar
cuando su mano furiosa, a las millas de chaflán,
zampó sobre aquel Muchacho tremebunda bofetá.
Sorprendióme que La Nena no reparara en gritar
lo que en su alma sentía tras conocer la verdad:
“¡HIJUEPUTA, TE LO DIJE: NO TE VAYAS A COPIAR!
¡TE LO ENVIÉ PA QUE VIERAS LO QUE IBAS A ENTREGAR!”
Acto seguido, La Nena salió como han de volar
las almas que lleva el diablo hasta el infierno abismal.
Marcábanse cuatro dedos de rojo descomunal
en el rostro del Muchacho, que se fue sin decir más.
Me recompuse del susto y salí sin comentar:
jamás sospeché que un día esto me fuera a pasar.
Al cabo de varios días, recibí sin esperar
un email de aquel Muchacho, mostrando mucho pesar.
“Castígome por pendejo; nunca debí aprovechar
la nobleza de mi novia a quien no quise engañar.
Pido una y mil disculpas porque, en veldá, en veldá,
no pensaba lo que hacía; yo sé bien que estuvo mal”.
Transé por un buen regaño y el acto penalizar
con menos quince el trabajo que volverían a entregar.
Disfrútome hoy contando lo que tuve que pasar
pero, de que fue un mal rato, nadie lo vaya a dudar.
Aun con ello les confieso: después de la bofetá,
aprendí que es delicioso observar la escocotá
sin tirar la cascarita: porque habrá de resbalar
a quien caerá solito por su mierdero pisar.
Me encantó tanto como verte. A ti contar sobre semejante historia, que en verdad es una embarra.
en veldá en veldá: genial!
Ame leer esto y disfrutarlo de igual manera a cuando nos hiciste la actuación en clase.
Jaaaaaa brutal!! Me reí!! Lo leía con un una sonrisa en la boca jajajajaaja